Hoy recordé un día en el que un consultor de selección de una empresa de contratación me hizo dudar de mi y de mis aptitudes. En mi empresa se estaban viviendo momentos de cambio y como plan B, había contactado proactivamente con diferentes empresas de contratación para que empezaran a contar con mi currículum. Algunas de estas empresas, muy amablemente todo hay que decirlo, me invitaron a tener entrevistas personales para conocerme y ver cómo podían ayudarme.
Aquel día me marcó muchísimo y hoy con el tiempo puedo decir que forma parte de mi propio “Viaje del héroe”. Cuando entre mis inquietudes yo comenté que quería seguir dedicarme a la formación y el desarrollo, especialmente en área de ventas y Liderazgo, el feedback que se me dio fue: yo lo que te recomiendo es que estudies un máster en recursos humanos porque no van a contratar para ello a nadie que no venga de ese mundo. Fin. Esta fue el gran consejo, por cierto, no del todo pedido, que me dieron. No miró curriculum, no miró que ya estaba dedicándome a ese mundo en una multinacional ni tampoco evaluó ninguna de mis competencias.
A aquella María, con bastantes menos años que los de ahora, le calló eso como una jarra de agua fría. Empezó un síndrome del impostor bestial que me decía que nunca iba a ser lo que quería por haber elegido con 18 años lo que, a sus ojos, había sido un camino equivocado. Me vino a decidir que no importaba lo que me había reinventado y cómo me había hecho un hueco, porque en mi currículum no aparecería que había estudiado Piscología, Derecho o Relaciones Laborales.
Dudé de mi misma, miré Másteres y estuve a punto de forzarme a estudias cosas que no tenían ninguna aplicación práctica en mi role por el simple hecho de ponerlo en el Currículum. Menos mal que como dice mi madre, yo siempre he sido de autoestima alto y me duró el bajonazo unas semanas para luego repetirme una y otra vez que aquello que me estaba aconsejando no resonaba para nada conmigo, y que debía seguir creyendo que era posible. Los años pasaron y yo seguí trabajando en aquello que me gustaba tanto.
Pero lo curioso de esta historia viene ahora. Hace apenas varios años, cuando quise seguir apostando por mi desarrollo profesional, mis estudios marcaron la diferencia frente a los demás para conseguir mi posición, los mismos que según él me iban a cerrar todas las puertas.
¿Cuál es la lección de este viaje?
La primera que no hay que permitir que nunca nadie te haga dudar de ti mismo. Solo tú vas a saber de todo lo que eres capaz y lo que puedes ofrecer.
La segunda es que nunca reniegues de lo que fuiste o decidiste estudiar en una época de tu vida porque todo suma y nada resta; todo eso forma parte de lo que eres ahora.
La tercera es que creo que ya es hora de dejar de relacionar directamente el éxito profesional con la cantidad de títulos académicos. Cada día me rodeo de gente que tiene un valor incalculable, que realiza su trabajo de forma increíble y de la que aprendo muchísimo sin necesidad de tener 3 másteres.
Y la última, para mi más importante, dejemos de dar consejos que no nos piden y que no dejan de ser fruto de una interpretación relativa de la realidad. Como decimos en PNL, el mapa no es el territorio. Nunca tomemos nuestra verdad, como si fuera absoluta.
Pd: Querido consultor… ¡si estás leyendo esto… I did it! ¡Conseguí ser aquello que quería!